11 de maig 2009

Las razones del viajero (versión completa)

En alemán hay dos palabras sobre las que más de un traductor y más de un viajero se han devanado los sesos para encontrarles un equivalente en otras lenguas e incluso para lograr comprender exactamente su significado. Dos palabras que los alemanes pronuncian con esa naturalidad con que todos hablamos el propio idioma, convencidos inconscientemente de que aunque las palabras sean distintas, las ideas que reflajan son las mismas en los diferentes pueblos, como si fuese verdad esa leyenda según la cual hubo un tiempo en el que existía un lenguaje universal que Dios destruyó igual que un espejo: cada idioma está compuesto por unas cuantas de sus esquirlas, pero la realidad que reflejan es idéntica, y es sólo cuestión de tiempo el que volvamos a recomponer el rompecabezas. Pero no es cierto; cada idioma tiene sus conceptos intraducibles, porque las culturas dan distintas interpretaciones a la realidad, y el lenguaje no es previo, sino posterior o contemporáneo a esa interpretación. No es verdad que al principio fuese el Verbo.
Las dos palabras a las que me refiero son Heimweh y Fernweh. Si busco en el diccionario, en ambos casos encuentro el mismo significado: nostalgia, y para la primera, además, morriña. Pero la traducción no hace ni con mucho justicia a ninguna de las dos palabras, que son dos de las más hermosas, por llenas de significados, de sugerencias, con que cuenta el idioma alemán. En ambas se encuantra el sustantivo Weh: dolor. En la primera de le yuxtapone Heim -hogar- y en la segunda Fern(e) -lejanía, distancia-. No se pueden traducir, ya digo, salvo dando un rodeo, es decir, explicándolas.
Heimweh, la añoranza del hogar, es esa sensación que asalta a los niños que se encuantran durmiendo en casa ajena, en la de los abuelos, por ejemplo, y que no conoce consuelo ni entiende de argumentos. Cuando al niño le sobreviene esa añoranza, lo único que puede paliarla es la presencia de los padres y, a ser posible, el regreso al hogar, a los olores, ruidos, colores familiares. Pero tampoco los adultos son inmunes al Heimweh; por eso tantas personas, hayan sido o no felices en su infancia, insisten en regresar a los lugares y a la compañía de las personas que frecuentaron en la niñez. Regreso a menudo frustrante, porque ya no hay padres que puedan a uno protegerle, o simular protegerle, del mundo, devolverle a la seguridad de lo conocido -lo conocido convertido ahora en un fantasma que asusta más que consuela-, y el calor del hogar se ha disipado o, peor, no existió nunca. Pero los seres humanos se niegan a asumir la destrucción o la inexistencia del hogar, e incluso, si pueden, lo llevan consigo, encerrado en fotografías u objetos. Los esclavos africanos que llegaron a Cuba convirtieron la ceiba en árbol sagrado. No eligieron uno de los árboles desconocidos con que se encontraron en la isla, sino aquel que les recordaba al baobab, que ya era sagrado en sus tierras de origen. No, no querían construir un nuevo hogar, sino salvar al máximo la memoria del que habían tenido antes de que se lo arrebataran.
Fernweh: aquí las cosas se complican aún más. La nostalgia o añoranza de la distancia, un desgarro que sentimos por no encontrarnos en lugares lejanos, entre otras gentes, en paisajes cuya apariencia desconocemos, escuchar ruidos cuya procedencia ignoramos, ver animales de los que no sabemos el nombre, soñarnos, si no protagonistas, al menos partícipes de historias de las que aún no habíamos oído hablar. Y de pronto nos entra el ansia de la búsqueda, la pasión por partir, quizá creyendo también que en otros lugares, en otro entorno, seremos más felices, más hermosos, más libres, sin hacer caso al Buscón, quien nos advertía contra el espejismo: "...determiné... de pasarme a Indias con ella, a ver si, mudando mundo y tierra, mejoraría mi suerte. Y fueme peor... pues nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar, y no de vida y costumbres".
Si el viaje, el regreso emprendido a causa del Heimweh puede parecer una acción razonable, con un destino a primera vista concreto y que obedece a un mecanismo psicológico fácil de entender, por mucho que nos demos cuenta de su futilidad, no deja de resultar extraño que personas relativamente cuerdas se dejen dominar por el otro dolor, el de la distancia, y partan una y otra vez con diferentes destinos buscando... ¿qué? Hay quien dice que el Fernweh no es distinto del Heimweh, pero el primero aquejaría a quienes nunca se sintieron a gusto en casa, son conscientes de ello y no intentan ocultárselo retocando recuerdos como si fuesen fotografías de estudio; pero están convencidos de que el hogar existe, sólo que aún no lo han encontrado, y no se halla en el pasado, en sitios que se recuerdan, sino en el futuro, en sitios que se desconocen. Entonces la añoranza de la lejanía respondería al mismo sentimiento que la del hogar, pero asalta a quienes no se conforman con que el hogar haya sido un sitio tan pobre, tan limitado.